22/11/2024

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La solución menos pensada: ¿el FMI quiere aplicar el «modelo angoleño» en la Argentina?

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Los expertos miran con detalle el reciente acuerdo Angola, que también tenía cepo cambiario, déficit fiscal y pérdida de reservas. Tasas, tema clave

Los expertos miran con detalle el reciente acuerdo Angola, que también tenía cepo cambiario, déficit fiscal y pérdida de reservas. Tasas, tema clave

Alberto Fernández tenía dos temas pendientes importantes en su agenda, y los cumplió los dos en el transcurso de una mañana: hablar por primera vez en un «cara a cara» virtual con Kristalina Georgieva sobre el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, y luego darse la primera dosis de la vacuna contra el coronavirus.

Todo un símbolo de los problemas del 2020 a los que el Gobierno quiere dar lo más rápido posible una vuelta de hoja.

Con Georgieva, lo habitual: el tono amable, los buenos deseos compartidos respecto de que las cosas mejorarán a nivel internacional ahora que con Joe Biden en el gobierno Estados Unidos habrá un mundo más predecible. Y, por supuesto, la necesidad de firmar lo antes posible -abril es la fecha fijada como objetivo- para un nuevo acuerdo entre Argentina y el organismo.

«Compartimos la mirada sobre la situación global y quedó claro que vamos a negociar hasta el último centavo», dijo el Presidente, adelantando la dureza que se descarta en las charlas: hay u$s44.000 millones a refinanciar y se habla de un Acuerdo de Facilidades Extendidas. El Fondo quiere, como siempre, un compromiso de disciplina fiscal y la certeza de que va a poder cobrar. Y el Gobierno… quiere ganar las elecciones legislativas. Es decir, esquivar todo atisbo de ajuste duro en el corto plazo.

En realidad, era previsible que se hablara de todo esto. En cambio, de lo que no hablaron pero estuvo sobrevolando la mesa de negociaciones fue de Angola. Sí, de Angola, porque a pesar de que la nación africana queda muy lejos y tiene una realidad muy diferente a la argentina, el «modelo angoleño» es visto por los expertos del mercado financiero como una de las posibles fórmulas para que se logre el difícil cometido de dejar contentos simultáneamente a los funcionarios del FMI y a los delegados de Alberto.

En busca de modelos de acuerdo

Aunque a los argentinos les guste pensarse originales, la verdad la mayoría de las situaciones que ocurren aquí ya pasaron antes en otros países, incluyendo defaults, canjes, renegociaciones, corralitos, cepos, trabas al comercio exterior y «argentinadas» varias.

Es por eso que tanto los funcionarios de los organismos como los inversores de los bancos de inversión miran todo el tiempo casos comparables. Cuando Argentina todavía no había negociado la deuda con los acreedores privados se hablaba de una salida «a la uruguaya» -que implicaba más plazo pero sin quita-. Luego se habló de un modelo «a la ucraniana», más cercano a la realidad argentina.

Y finalmente, cuando ya se cerró el acuerdo con los privados y llegó el turno de hablar con el FMI, se empezó a hablar con insistencia del «caso ecuatoriano».

Lo que se veía como atractivo de Ecuador era que, al igual que Argentina, era un país que tenía el incentivo por resolver ciertas cuestiones urgentes en el cortísimo plazo -básicamente, patear para adelante los pagos, de forma de no provocar una asfixia financiera- y dejar para más adelante las discusiones de fondo sobre reformas estructurales. De esa forma, se sacaba de en medio el espinoso tema del déficit fiscal y el país podía volver a tomar crédito internacional con un sello de garantía del FMI. Luego sus títulos sufrieron una caída fuerte en el mercado, pero esa ya es otra historia…

Lo cierto es que en Argentina, desde el mismo momento en que se firmó el acuerdo con los privados, se advirtió que sería duro llegar a un acuerdo con el FMI que fuera cumplible, dado que la acumulación de pagos a los privados entre 2026 y 2030 hacía que cualquier modelo de acuerdo con el Fondo implicaría un efecto embudo que llevaría a una nueva crisis financiera en menos de una década.

Todos recordaron la anécdota de cuando el Presidente, para mostrar lo beneficioso del acuerdo con los privados, mostró un gráfico en el que se veía el clima despejado para los pagos en el corto plazo, pero tapó la segunda parte de la hoja, donde se veía la acumulación que vendría luego.

El punto sobre el que no hay discusión es que Argentina no puede pagar la cuenta con el FMI. Este año, la cuenta llegará a u$s4.853 millones, entre capital e intereses. Y los años siguientes son todavía más pesados: en 2022 habrá que pagar u$s18.118 millones y hacia 2023, otros u$s18.356 millones.

Se estima que la deuda del Estado equivale al 99% del PBI, mientras que el sector privado tiene cuentas a pagar equivalentes al 20% del PBI.

Es por eso que se busca un modelo de negociación que permita simultáneamente varios objetivos difíciles de cumplir: que Argentina pueda recuperar rápidamente su economía, pero sin devaluar y, al mismo tiempo, achicando el déficit fiscal. Y que, además, vaya haciendo reformas que, llegado el momento, permita pagar toda la cuenta acumulada a los acreedores privados y al FMI.

El Fondo está dispuesto a un acuerdo que le permita refinanciar a muy largo plazo (el famoso Acuerdo de Facilidades Extendidas), pero quiere ver voluntad política en forma de medidas económicas.

Angola, ¿un espejo para Argentina?

Es ahí donde aparecen ciertos modelos de negociación que dieron resultado en otros países y que empiezan a estudiarse para su posible adaptación al caso argentino. Básicamente, lo que se busca es un camino de reducción del gasto gradual no tan brusco como le gustaría al mercado -donde se reclama un agujero fiscal no mayor 3% del PBI para este año- frente al 4,5% que proyecta el Gobierno.

Una posibilidad de que el FMI acepte eso es que, al mismo tiempo, se adopten medidas que moderen el riesgo de inflación. En particular, que se aplique un objetivo de agregados monetarios -traducido, ir limitando gradualmente la cantidad de dinero que circula en la economía- mediante una política de suba de tasas de interés. Esta solución suele aplicarse como remedio contra la inflación pero, sobre todo, para ayudar a sostener la estabilidad del dólar, que es un objetivo central del Gobierno en un año electoral.

La gira oficial de Cristina Kirchner en Angola en 2012 fue el mayor intento por acercar a Argentina a la nación africana

Un estudio de la firma financiera Consultatio comparó casos similares con el de Argentina, que lograron acuerdos de largo plazo con el FMI. Los principales casos incluyen a Pakistán, Jordania, Georgia, Bosnia y Costa de Marfil, entre otros. Pero los expertos ponen la lupa en el caso de Angola, porque cuenta con una similitud fundamental con Argentina: durante mucho tiempo aplicó un cepo cambiario, y en su política cambiaria convivieron un tipo de cambio oficial con un «blue». Hasta se aplicó un tributo cambiario asimilable a nuestro «impuesto PAIS».

Hay grandes diferencias también, por supuesto: la nación africana es extremadamente dependiente de la producción petrolera mientras Argentina obtiene sus divisas del agro. Pero en todo caso, ambos son sensibles a los ciclos de los commodities que obsesionan a los funcionarios por «desacoplar» los precios.

Consultatio detalla que el inicio de la crisis angoleña tiene muchos «rasgos argentinos». Hace cinco años empezó a usar al tipo de cambio como ancla de todos los precios, al tiempo que profundizaba el déficit fiscal, que se le fue del 3,3% al 6,3% en apenas dos años. Parte de ese agujero fiscal fue financiado por el Banco Central, que emitió y no pudo evitar duplicar la inflación. Con una brecha cambiaria, el Central en ese período, perdió la cuarta parte de las reservas.

Los economistas de Consultatio que analizaron el caso angoleño y sus similitudes con Argentina observaron que una solución preferida por el FMI es que la brecha cambiaria se recorte «desde abajo». Es decir, acelerando el tipo de cambio oficial más que reprimiendo al paralelo.

Y de hecho, algo de este comenzó a verse en las primeras semanas del año.

Pero, sobre todo, los analistas de Consultatio creen que el gran protagonista del año será la tasa de interés, que será la encargada de contener la inflación y estimular a los exportadores a deshacerse de sus divisas.

Recuerda que en los últimos acuerdos el FMI impuso metas de agregados monetarios, lo que implica suba de tasas en términos reales. «De hecho, en el caso de Angola, si bien la tasa de política se ha mantenido fija en términos nominales en 16% desde 2018, la inflación pasó de 25% a principios de ese año a 18% a mediados de 2019. Es decir, la tasa real subió considerablemente».

El atractivo de comparar esta situación con el caso argentino parece evidente: se logró reducir la inflación al mismo tiempo que el déficit fiscal. En cambio, no hubo grandes mejoras en cuanto al crecimiento económico, pero el FMI lo atribuye a la extrema dependencia del país respecto de la venta de combustibles.

En todo caso, lo importante para Argentina es que se logró un control gradual de la inflación sin una explosión macroeconómica y sin que el Banco Central sufriera en exceso.

Todos datos importantes para el ministro Martín Guzmán, porque implican que podría mantener una tasa de interés positiva sin que se generen distorsiones en la economía, aun en el caso de que el Gobierno haga no haga un esfuerzo fiscal como el que le reclama el FMI.

Los expertos plantean un escenario en el cual el FMI acepte rojo fiscal de 4,5% del PBI, en cuyo caso un apretón monetario más duro -combinado con un congelamiento tarifario- sería la única forma de contener al resto de las variables de la economía y evitar una devaluación.

En línea con el interés de Guzmán

Martín
Guzmán, en busca de modelos de acuerdos que impliquen una absorción monetaria

El caso angoleño implica para Guzmán algunas conclusiones interesantes: es factible atravesar un 2021 sin una devaluación brusca y sin un apretón fiscal políticamente inviable. Pero mediante una política monetaria contractiva puede contener la inflación y, sobre todo, darle un argumento a los sojeros para que no «encanuten» sus dólares.

Cuando Guzmán, desde su cargo de académico en Nueva York, criticaba las subas de tasas que imponía Federico Sturzenegger no marcaba, en el fondo, una crítica a la contracción monetaria, sino al riesgo que eso podía tener para el balance del Banco Central. Y muchos compartían su preocupación: las Lebacs superaban al total de la base monetaria.

Hoy también el BCRA tiene una mochila pesada en su pasivo -durante el 2020 incrementó sus pasivos remunerados para poder absorber $1.600 millones. Aun así, las estimaciones de los economistas destacan que, medidos en dólares, las obligaciones del Central son hoy menos pesadas de lo que eran durante la gestión macrista.

Y además, Guzmán ha dado muestras de buscar financiamiento por la vía del Tesoro e ir disminuyendo su dependencia de «la maquinita».

En otras palabras, que hay margen para una suba de tasas hacia el terreno positivo -o sea, por encima de la inflación esperada- y de esa forma, teniendo en cuenta los antecedentes, contaría con la opinión favorable de los funcionarios del FMI. Guzmán tiene bien presente que el peor momento del 2020 fue cuando, en agosto, se pasó a un escenario de tasas negativas y se disparó la gran brecha entre el tipo de cambio oficial y el dólar paralelo, lo cual por otra parte forzó al Banco Central a perder reservas.

Habrá que mirar más de cerca a Angola, entonces. Por ahí puede estar la pista del próximo acuerdo con el Fondo.

 

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